miércoles, 18 de noviembre de 2009

Capitulo 7: El viaje desde el andén nueve y tres cuartos I

-¡Hey!, Tío… Me puedes llevar a la estación King Cross para ir a Hogwarts.-dijo Laura durante el desayuno.

-Si te llevare, Laura-dijo su tío tomando un sorbo de café-. ¿Cuándo te llevo?

-Mañana-respondió Laura.

-¡SI!, ¡LAURA SE VA!, ¡LAURA SE VA!-empezó su prima Jenni y se puso a brincar.

-Por favor, Jenni, siéntate recuerda que aprovecharemos para que te vayas tu también.-dijo su madre, Laura sabia que ella también estaba feliz porque ella se iba.
Al día siguiente, Laura se preparo, partieron y la dejaron afuera de la estación, Laura camino cuando vio que los Dursley venían hacia ella, se escondió y siguió su camino allí estaba Harry, miro y vio el andén nueve y el andén diez pero no el andén nueve y tres cuartos.

Detuvieron a un guardia que pasaba, pero no se atrevieron a mencionar el andén nueve y tres cuartos. El guardia nunca había oído hablar de Hogwarts, y cuando no pudieron decirle en que parte del país quedaba empezó a molestarse, como si pensara que lo hacían los tontos a propósito. Sin saber qué hacer, le preguntaron el tren que salía a las once, pero el guardia le dijo que no había ninguno. Al final, el guardia se alejo, murmurando algo sobre la gente que hacía perder el tiempo. Según el gran reloj que había sobre la tabla de horarios de llegada, tenían diez minutos para coger el tren a Hogwarts y no tenían idea de que podían hacer. Estaban en medio de la estación con sus baúles que casi no podían trasportar, los bolsillos llenos de monedas de mago y en unas jaulas llevaban sus lechuzas.

Sin tener esperanzas oyó a un grupo de gente que paso por su lado y capto unas pocas palabras.

-… lleno de muggles, por supuesto…

Harry y Laura se volvieron para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno empujaba un baúl y llevaban una lechuza.

—Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre.

—¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de una niña, también pelirroja, que
iba de la mano de la madre—. Mamá, ¿no puedo ir...?

—No tienes edad suficiente, Ginny Ahora estate quieta. Muy bien, Percy, tú primero.

El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes nueve y diez. Harry y Laura observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero justo cuando el muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.

—Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.

—No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer, puedes
llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?

—Lo siento, George, cariño.

—Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, y se alejó. Debió pasar, porque
un segundo más tarde ya no estaba. Pero ¿cómo lo había hecho? Su hermano gemelo fue
tras él: el tercer hermano iba rápidamente hacia la taquilla (estaba casi allí) y luego, súbitamente, no estaba en ninguna parte.

No había nadie más.

—Discúlpeme —dijo Laura a la mujer regordeta.

—Hola, querida —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.
Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y pecoso, con
manos y pies grandes y una larga nariz.

—Sí —dijo Harry—. Lo que pasa es que... es que no sabemos cómo...

— ¿Como entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Laura asintió con la cabeza.

—No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la
barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Vallan ahora, ve antes que Ron.

—Hum... De acuerdo —dijo Harry.

Empujaron sus carritos y se dirigieron hacia la barrera. Parecía muy sólida.

Comenzaron a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén nueve o al diez.
Fue más rápido. Iban a chocar contra la taquilla y tendrían problemas. Se inclinó sobre el carrito y comenzaron a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya no podían detenerse (el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí... Cerró los ojos, preparado para el choque...

Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos. Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». miraron hacia atrás y vieron una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos».

El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud,
mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles.

Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las
ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar. Empujaron sus carritos por el andén, buscando un asiento vacío. Pasaron al lado de un chico de cara redonda que decía:

—Abuelita, he vuelto a perder mi sapo.

—Oh, Neville —oyó que suspiraba la anciana.

Un muchacho de pelos tiesos estaba rodeado por un grupo.
El muchacho levantó la tapa de la caja que llevaba en los brazos, y los que lo
rodeaban gritaron cuando del interior salió una larga cola peluda.

Harry y Laura se abrieron paso hasta que encontraron un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Primero pusieron sus lechuzas y luego comenzaron a empujar los baúles hacia la puerta del vagón. Trataron de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudieron levantar un poco antes de que le cayera a Harry en el pie.

—¿Quieren que les eche una mano? —Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que
había seguido a través de la barrera de los andenes.

—Sí, por favor —jadeó Harry.

—¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!

Con la ayuda de los gemelos, los baúles finalmente quedaron en un rincón del compartimiento.

—Gracias —dijo Laura, quitándose el pelo de la cara.

—¿Qué es eso? —dijo de pronto uno de los señalando la cicatriz de Laura y luego miro a Harry y señalo su cicatriz.

—Vaya—dijo el otro gemelo—. ¿Son ustedes...?

—Son ellos—dijo el primero—. Son ustedes , ¿no? —se dirigió a Harry y Laura.

—¿Quiénes? —preguntó Harry.

—Harry Potter y Laura Walters—respondieron a coro.

—Oh, ellos —dijo Laura—. Quiero decir, sí, somos nosotros.

Los dos muchachos los miraron boquiabiertos y Laura sintió que se ruborizaba.
Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento.

—¿Fred? ¿George? ¿Estáis ahí?

—Ya vamos, mamá.

Con una última mirada a Harry y Laura, los gemelos saltaron del vagón.

Laura se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculta, podía observar a la familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían. La madre acababa de sacar un pañuelo.

—Ron, tienes algo en la nariz.

El menor de los varones trató de esquivarla, pero la madre lo sujetó y comenzó a
frotarle la punta de la nariz.

—Mamá, déjame —exclamó apartándose.

—¿Ah, el pequeñito Ronnie tiene algo en su naricita? —dijo uno de los gemelos.

—Cállate —dijo Ron.

—¿Dónde está Percy? —preguntó la madre.

—Ahí viene.

El mayor de los muchachos se acercaba a ellos. Ya se había puesto la ondulante
túnica negra de Hogwarts, y Laura notó que tenía una insignia plateada en el pecho, con la letra P

—No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy delante, los prefectos
tenemos dos compartimientos...

Oh, ¿tú eres un prefecto, Percy? —dijo uno de los gemelos, con aire de gran
sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea.

—Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo el otro gemelo—. Una vez...

—O dos...

—Un minuto...

—Todo el verano...

—Oh, callaos —dijo Percy, el prefecto.

—Y de todos modos, ¿por qué Percy tiene túnica nueva? —dijo uno de los
gemelos.

—Porque él es un prefecto—dijo afectuosamente la madre—. Muy bien, cariño,
que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá.

Besó a Percy en la mejilla y el muchacho se fue. Luego se volvió hacia los gemelos.

—Ahora, vosotros dos... Este año os tenéis que portar bien. Si recibo una lechuza
más diciéndome que habéis hecho... estallar un inodoro o...

—¿Hacer estallar un inodoro? Nosotros nunca hemos hecho nada de eso.

—Pero es una gran idea, mamá. Gracias.

—No tiene gracia. Y cuidad de Ron.

—No te preocupes, el pequeño Ronnie estará seguro con nosotros.

—Cállate —dijo otra vez Ron. Era casi tan alto como los gemelos y su nariz todavía estaba rosada, en donde su madre la había frotado.

—Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren?

Harry y Laura se agacharon rápidamente para que no los descubrieran.

—¿Os acordáis de ese muchacho de pelo negro que estaba cerca de nosotros, en la
estación? Y ¿esa chica de cabello castaño oscuro? ¿Sabéis quiénes son?

—¿Quién?

—¡Harry Potter y Laura Walters!

Oyeron la voz de la niña.

—Mamá, ¿puedo subir al tren para verlos? ¡Oh, mamá, por favor...!
—Ya los has vistos, Ginny y, además, los pobres chicos no son algo para que los mires
como en el zoológico. ¿Son ellos realmente, Fred? ¿Cómo lo sabes?

—Se lo pregunté. Vi sus cicatrices. Están realmente allí... como iluminadas.


—Pobrecillos... No es raro que estén solos. Fueron tan amables cuando me preguntaron cómo llegar al andén...

—Eso no importa. ¿Crees que recuerden cómo era Quien-tú-sabes?

La madre, súbitamente, se puso muy seria.

—Te prohíbo que le preguntes, Fred. No, no te atrevas. Como si necesitaran que les
recuerden algo así en su primer día de colegio.

—Está bien, quédate tranquila.

Se oyó un silbido.

—Daos prisa —dijo la madre, y los tres chicos subieron al tren. Se asomaron por la
ventanilla para que los besara y la hermanita menor comenzó a llorar.

—No llores, Ginny, vamos a enviarte muchas lechuzas.

—Y un inodoro de Hogwarts.

—¡George!

—Era una broma, mamá.

El tren comenzó a moverse. Harry y Laura vieron a la madre de los muchachos agitando la mano y a la hermanita, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para seguir al tren, hasta que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando.

Observaron a la madre y la hija hasta que desaparecieron, cuando el tren giró.
Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Sintieron una ola de excitación. No sabían lo que iba a pasar... pero sería mejor que lo que dejaba atrás.

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