viernes, 20 de noviembre de 2009

Capitulo 7: El viaje desde el andén nueve y tres cuartos II

La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los pelirrojos.

—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Harry—.Todos los demás vagones están llenos.

Harry negó con la cabeza y el muchacho se sentó. Lanzó una mirada a Laura y luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla, como si no lo hubiera estado observando.

—Eh, Ron.

Los gemelos habían vuelto.

—Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan tiene una tarántula gigante y vamos a verla.

—De acuerdo —murmuró Ron.

—Harry, Laura —dijo el otro gemelo—, ¿les hemos dicho quiénes somos? Fred y George
Weasley. Y él es Ron, nuestro hermano. Nos veremos después, entonces.

—Hasta luego —dijeron Harry, Laura y Ron. Los gemelos salieron y cerraron la puerta.

—¿Son realmente Harry Potter y Laura Walters? —dejó escapar Ron.

Harry asintió.

—Oh... bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y George —dijo
Ron—. ¿Y realmente se hicieron eso... ya sabes...?
Señaló la frente de Harry.

Harry se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz. Ron la miró con
atención.

—¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes...?

—Sí —dijo Harry—, pero no puedo recordarlo.

—¿Nada? —dijo Ron en tono anhelante.

—Bueno... recuerdo una luz verde muy intensa, pero nada más.

—Vaya —dijo Ron. Contempló a Harry durante unos instantes y luego, como si se
diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla.

—¿Sois una familia de magos? —preguntó Laura, ya que encontraba a Ron tan
interesante como Ron lo encontraba a él.

—Oh, sí, eso creo —respondió Ron—. Me parece que mamá tiene un primo
segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.

—Entonces ya debes de saber mucho sobre magia.

Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de magos de las
que había hablado el pálido muchacho del callejón Diagon
—Oí que te habías ido a vivir con muggles —dijo Ron—. ¿Cómo son?

—Horribles... Bueno, no todos ellos. Mi tía, mi tío y mi primo sí lo son. Me
hubiera gustado tener tres hermanos magos –dijo Harry

—Cinco —corrigió Ron. Por alguna razón parecía deprimido—. Soy el sexto en
nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo el listón muy alto.
Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie era capitán de
quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos, pero a pesar de
eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos. Todos esperan que
me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellos
ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanos. Me
dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja rata de Percy.
Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba dormida.

—Se llama Scabbers y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Percy, papá le
regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían comp... Quiero decir,
por eso me dieron a Scabbers.

Las orejas de Ron enrojecieron. Parecía pensar que había hablado demasiado,
porque otra vez miró por la ventanilla.

Harry no creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza. Después
de todo, él nunca había tenido dinero en toda su vida, hasta un mes atrás, así que le
contó a Ron que había tenido que llevar la ropa vieja de Dudley y que nunca le hacían
regalos de cumpleaños. Eso pareció animar a Ron.

—... y hasta que Hagrid me lo contó, yo no tenía idea de que era mago, ni sabía
nada de mis padres o Voldemort...
Ron bufó.

—¿Qué? —dijo Harry.

—Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes —dijo Ron, tan conmocionado como impresionado—. Yo creí que tú, entre todas las personas...
—No estoy tratando de hacerme el valiente, ni nada por el estilo, al decir el nombre
—dijo Harry—. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que te decía? Tengo
muchísimas cosas que aprender... Seguro —añadió, diciendo por primera vez en voz
alta algo que últimamente lo preocupaba mucho—, seguro que seré el peor de la clase.
—No será así. Hay mucha gente que viene de familias muggles y aprende muy
deprisa.

Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se
quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.

A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara
sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:

—¿Queréis algo del carrito?
Harry se levantó de un salto, pero las orejas de Ron se pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos. Harry salió al pasillo.

Ron lo miraba asombrado, mientras Harry depositaba sus compras sobre un asiento
vacío.

—Tenías hambre, ¿verdad?

—Muchísima —dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de calabaza.

Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó uno y dijo:

—Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.

—Te la cambio por uno de éstos —dijo Harry, alcanzándole un pastel—. Sírvete...

—No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo —añadió
rápidamente—... Ya sabes, con nosotros cinco.

—Vamos, sírvete un pastel —dijo Harry, que nunca había tenido nada que compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada. Era una agradable sensación, estar sentado allí con Ron y Laura, comiendo pasteles y dulces (los bocadillos habían quedado olvidados).

—¿Qué son éstos? —preguntó Harry a Ron, cogiendo un envase de ranas de
chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?—Comenzaba a sentir que nada podía
sorprenderlo.

—No —dijo Ron—. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta Agripa.

—¿Qué? –pregunto Laura.


—Oh, por supuesto, no debes saber... Las ranas de chocolate llevan cromos, ya sabes, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.

Harry desenvolvió su rana de chocolate y sacó el cromo. En él estaba impreso el
rostro de un hombre. Llevaba gafas de media luna, tenía una nariz larga y encorvada,
cabello plateado suelto, barba y bigotes. Debajo de la foto estaba el nombre: Albus
Dumbledore.

—¡Así que éste es Dumbledore! —dijo Harry.

—¡No me digas que nunca has oído hablar de Dumbledore! —dijo Ron—. ¿Puedo
servirme una rana? Podría encontrar a Agripa... Gracias...
Harry dio la vuelta otra vez al cromo y vio, para su asombro, que el rostro de
Dumbledore había desaparecido.

—¡Ya no está!

—Bueno, no iba a estar ahí todo el día —dijo Ron—. Ya volverá. Vaya, me ha
salido otra vez Morgana y ya la tengo seis veces repetida... ¿No la quieres? Puedes
empezar a coleccionarlos.
Los ojos de Ron se perdieron en las ranas de chocolate, que esperaban que las
desenvolvieran.

—Sírvete —dijo Harry—. Pero oye, en el mundo de los muggles la gente se queda
en las fotos.

—¿Eso hacen? Cómo, ¿no se mueven? —Ron estaba atónito—. ¡Qué raro!

Ron estaba más interesado en comer las ranas de chocolate que en buscar
magos y brujas famosos, pero Harry no podía apartar la vista de ellos. Muy pronto tuvo
no sólo a Dumbledore y Morgana, sino también a Ramón Llull, al rey Salomón, Circe,
Paracelso y Merlín. Laura fijo la vista en una bolsa de grageas de todos los sabores y la agarro.

—Tienes que tener cuidado con ésas —lo previno Ron—. Cuando dice «todos los
sabores», es eso lo que quiere decir. Ya sabes, tienes todos los comunes, como
chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas, hígado y callos.
George dice que una vez encontró una con sabor a duende
Ron eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito.

—Puaj... ¿Ves? Coles.

Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Laura encontró
tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café, sardinas y fue lo bastante
valiente para morder la punta de una gris, que Ron no quiso tocar y resultó ser pimienta.
En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste.
Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y
colinas de color verde oscuro.
Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho de cara
redonda que Harry había visto al pasar por el andén nueve y tres cuartos. Parecía muy
afligido.

—Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no habréis visto un sapo?

Cuando los tres negaron con la cabeza, gimió.

—¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!

—Ya aparecerá —dijo Laura.
—Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la veis...

Se fue.

—No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera traído un sapo lo
habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he traído a Scabbers, así
que no puedo hablar.
La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.

—Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Ron con disgusto—. Ayer
traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Te
lo voy a enseñar, mira...

Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba
astillada y, en la punta, brillaba algo blanco.

—Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos... Acababa de coger la
varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado el chico
del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.

—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona,
mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.
—Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba
mirando la varita que tenía en la mano.

—Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.

Se sentó. Ron pareció desconcertado.
—Eh... de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. «Rayo de sol, margaritas, volved amarilla a esta tonta ratita.»

Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers siguió durmiendo, tan gris como
siempre.

—¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —preguntó la niña—. Bueno, no
es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron.
Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero
también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia,
por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que
eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger. ¿Y vosotros quiénes sois?

Dijo todo aquello muy rápidamente.

Harry miró a Ron y luego a Laura y se calmó al ver en sus rostros aturdidos que ellos tampoco se habían aprendido todos los libros de memoria.

—Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.
—Harry Potter —dijo Harry.

—Y yo Laura Walters –dijo Laura.

—¿Son ustedes realmente? —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ustedes, por supuesto,
conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y sus figuras en Historia de la
magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo
XX.
—¿Estoy yo? —dijo Harry, sintiéndose mareado.

—Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo
Hermione—. ¿Sabéis a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en
Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que
Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo
de Neville. Y vosotros dos deberíais cambiaros ya, vamos a llegar pronto.

Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.

—Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté —dijo Ron.
Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que
era falso.

—¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry

—Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y papá también
estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan
mala, pero imagina si me ponen en Slytherin.

—¿Esa es la casa en la que Vol... quiero decir Quien-tú-sabes... estaba?
—Ajá —dijo Ron. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado.
—¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Scabbers están un poco más
claras —dijo Laura, tratando de apartar la mente de Ron del tema de las casas—. Y, a
propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?

Laura se preguntaba qué hacía un mago, una vez que terminaba el colegio.

—Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose
de asuntos para Gringotts —explicó Ron—. ¿Te enteraste de lo que pasó en Gringotts?
Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo reciban: trataron de
robar en una cámara de alta seguridad.

Harry se sorprendió.

—¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?

—Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi padre dice
que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts, pero lo que es
raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando
sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté detrás de ello.


—¿Cuál es tu equipo de quidditch? —preguntó Ron.

—Eh... no conozco ninguno —confesó Harry.

—¿Cómo? —Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo...

Y se dedicó a explicarles todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete
jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba
que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando los mejores puntos del
juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era
Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.

Entraron tres muchachos, y Laura reconoció de inmediato al del medio: era el chico
pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más
interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.
—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter y Laura Walters están en este compartimento. Así que son ustedes, ¿no?

—Sí —respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos
y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían
guardaespaldas.

—Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba—. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy

Ron dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una risita. Draco (dragón) Malfoy lo miró.

—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres.
Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los
que pueden mantener.

Se volvió hacia Harry y Laura.

—Muy pronto descubrirán que algunas familias de magos son mucho mejores que
otras, Potter, Walters. No querrán hacerte amigos de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarles en eso.
Extendió la mano, para estrechar la de Harry; pero Harry no la aceptó.

—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos, gracias —dijo con frialdad.

Draco Malfoy no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas.

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