domingo, 29 de noviembre de 2009

La magia que hay en mi

Hola hola :) la magia que hay en mi es esta misma historia :) pero con un titulo mas corto xD jeje :) no se preocupen la historia la seguire subiendo aqui... pero por partes... mientras que en La magia que hay en mi los capitulos se subieran completos :)

y la portada cambiara cuando se termine el primer libro :) esta es la de la piedra filosofal :o que es el primer libro :) cuando pase para la camara secreta sera otra imagen y asi sucecibamente xD

viernes, 27 de noviembre de 2009

Capitulo 7: El viaje desde el andén nueve y tres cuartos III

—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter, Walters —dijo con calma—. A menos que seas un

poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos tampoco sabían lo

que era bueno para ellos. Tú sigue con gentuza como los Weasley y ese Hagrid y

terminarás como ellos.

Harry y Ron se levantaron al mismo tiempo. El rostro de Ron estaba tan rojo como

su pelo.

—Repite eso —dijo.

—Oh, vais a pelear con nosotros, ¿eh? —se burló Malfoy.

—Si no os vais ahora mismo... —dijo Harry, con más valor que el que sentía,

porque Crabbe y Goyle eran mucho más fuertes que él y Ron, y le dio un empujón a Laura para que se sentara.

—Pero nosotros no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, muchachos? Nos hemos comido todo lo que llevábamos y vosotros parece que todavía tenéis algo.

Goyle se inclinó para coger una rana de chocolate del lado de Ron. El pelirrojo

saltó hacia él, pero antes de que pudiera tocar a Goyle, el muchacho dejó escapar un

aullido terrible.

Scabbers, la rata, colgaba del dedo de Goyle, con los agudos dientes clavados

profundamente en sus nudillos. Crabbe y Malfoy retrocedieron mientras Goyle agitaba

la mano para desprenderse de la rata, gritando de dolor, hasta que, finalmente, Scabbers

salió volando, chocó contra la ventanilla y los tres muchachos desaparecieron. Tal vez

pensaron que había más ratas entre las golosinas, o quizás oyeron los pasos porque, un

segundo más tarde, Hermione Granger volvió a entrar.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando las golosinas tiradas por el suelo y a Ron

que cogía a Scabbers por la cola y Laura por fin se ponía de pie.

—Creo que se ha desmayado —dijo Ron a Harry. Miró más de cerca a la rata—.

No, no puedo creerlo, ya se ha vuelto a dormir.

Y era así.

—¿Conocías ya a Malfoy?

Harry y Laura le explicaron el encuentro en el callejón Diagon.

—Oí hablar sobre su familia —dijo Ron en tono lúgubre—. Son algunos de los

primeros que volvieron a nuestro lado después de que Quien-tú-sabes desapareció.

Dijeron que los habían hechizado. Mi padre no se lo cree. Dice que el padre de Malfoy

no necesita una excusa para pasarse al Lado Oscuro. —Se volvió hacia Hermione, Laura que había permanecido todo el rato de pie salió del compartimiento pero antes de eso ollo decir a Ron:— ¿Podemos ayudarte en algo?

Andar por el andén era divertido, gracias que se fue de allí porque creyó que Ron y Hermione iban a pelear, iba para el baño a cambiarse (antes de irse había agarrado la túnica, falda… para cambiarse), cuando se tropezó con una chica.

— Lo siento, Lo siento —dijo Laura, cuando se miraron a la cara quedaron paralizadas, esa chica tenia (bueno casi) los ojos de Laura, (no puede ser, no creo tener familia, ¿o si?)

— Bueno… —dijo ella, con una voz temblorosa-. Me tengo que ir hasta luego.

La chica salió corriendo y Laura se quedo sorprendida por la actitud de ella, por fin llego al baño se cambio tranquilamente, y se dispuso a devolverse hacia donde estaba Harry y Ron, cuando llego una voz retumbo en el tren.

—Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en

el tren, se lo llevarán por separado al colegio.

El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban

para salir al pequeño y oscuro andén. Laura se estremeció bajo el frío aire de la noche.

Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos, y Laura

oyó una voz conocida:

— ¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por ahí, Harry, Laura?

La gran cara peluda de Hagrid rebosaba alegría sobre el mar de cabezas.

—Venid, seguidme... ¿Hay más de primer año? Mirad bien dónde pisáis. ¡Los de primer año, seguidme!

Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero.

Estaba tan oscuro que Laura pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos

lados. Nadie hablaba mucho. Neville, el chico que había perdido su sapo, lloriqueaba de

vez en cuando.

—En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid por

encima del hombro—, justo al doblar esta curva.

Se produjo un fuerte ¡ooooooh!

El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la

punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo

estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas.

—¡No más de cinco por bote! —gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos

alineados en el agua, al lado de la orilla. Harry, Laura y Ron subieron a uno, seguidos por

Neville y Hermione.

—¿Todos habéis subido? —continuó Hagrid, que tenía un bote para él solo—.

¡Venga! ¡ADELANTE!

Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago,

que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo

que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se

erigía.

—¡Bajad las cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban

el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una

cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco.

Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta

que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y

los guijarros.

—¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo? —dijo Hagrid, mientras vigilaba los botes y

la gente que bajaba de ellos.

¡Trevor! —gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos. Luego subieron

por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un

césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.

Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.

—¿Estáis todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo?

Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Capitulo 7: El viaje desde el andén nueve y tres cuartos II

La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los pelirrojos.

—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Harry—.Todos los demás vagones están llenos.

Harry negó con la cabeza y el muchacho se sentó. Lanzó una mirada a Laura y luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla, como si no lo hubiera estado observando.

—Eh, Ron.

Los gemelos habían vuelto.

—Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan tiene una tarántula gigante y vamos a verla.

—De acuerdo —murmuró Ron.

—Harry, Laura —dijo el otro gemelo—, ¿les hemos dicho quiénes somos? Fred y George
Weasley. Y él es Ron, nuestro hermano. Nos veremos después, entonces.

—Hasta luego —dijeron Harry, Laura y Ron. Los gemelos salieron y cerraron la puerta.

—¿Son realmente Harry Potter y Laura Walters? —dejó escapar Ron.

Harry asintió.

—Oh... bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y George —dijo
Ron—. ¿Y realmente se hicieron eso... ya sabes...?
Señaló la frente de Harry.

Harry se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz. Ron la miró con
atención.

—¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes...?

—Sí —dijo Harry—, pero no puedo recordarlo.

—¿Nada? —dijo Ron en tono anhelante.

—Bueno... recuerdo una luz verde muy intensa, pero nada más.

—Vaya —dijo Ron. Contempló a Harry durante unos instantes y luego, como si se
diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla.

—¿Sois una familia de magos? —preguntó Laura, ya que encontraba a Ron tan
interesante como Ron lo encontraba a él.

—Oh, sí, eso creo —respondió Ron—. Me parece que mamá tiene un primo
segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.

—Entonces ya debes de saber mucho sobre magia.

Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de magos de las
que había hablado el pálido muchacho del callejón Diagon
—Oí que te habías ido a vivir con muggles —dijo Ron—. ¿Cómo son?

—Horribles... Bueno, no todos ellos. Mi tía, mi tío y mi primo sí lo son. Me
hubiera gustado tener tres hermanos magos –dijo Harry

—Cinco —corrigió Ron. Por alguna razón parecía deprimido—. Soy el sexto en
nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo el listón muy alto.
Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie era capitán de
quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos, pero a pesar de
eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos. Todos esperan que
me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellos
ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanos. Me
dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja rata de Percy.
Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba dormida.

—Se llama Scabbers y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Percy, papá le
regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían comp... Quiero decir,
por eso me dieron a Scabbers.

Las orejas de Ron enrojecieron. Parecía pensar que había hablado demasiado,
porque otra vez miró por la ventanilla.

Harry no creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza. Después
de todo, él nunca había tenido dinero en toda su vida, hasta un mes atrás, así que le
contó a Ron que había tenido que llevar la ropa vieja de Dudley y que nunca le hacían
regalos de cumpleaños. Eso pareció animar a Ron.

—... y hasta que Hagrid me lo contó, yo no tenía idea de que era mago, ni sabía
nada de mis padres o Voldemort...
Ron bufó.

—¿Qué? —dijo Harry.

—Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes —dijo Ron, tan conmocionado como impresionado—. Yo creí que tú, entre todas las personas...
—No estoy tratando de hacerme el valiente, ni nada por el estilo, al decir el nombre
—dijo Harry—. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que te decía? Tengo
muchísimas cosas que aprender... Seguro —añadió, diciendo por primera vez en voz
alta algo que últimamente lo preocupaba mucho—, seguro que seré el peor de la clase.
—No será así. Hay mucha gente que viene de familias muggles y aprende muy
deprisa.

Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se
quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.

A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara
sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:

—¿Queréis algo del carrito?
Harry se levantó de un salto, pero las orejas de Ron se pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos. Harry salió al pasillo.

Ron lo miraba asombrado, mientras Harry depositaba sus compras sobre un asiento
vacío.

—Tenías hambre, ¿verdad?

—Muchísima —dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de calabaza.

Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó uno y dijo:

—Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.

—Te la cambio por uno de éstos —dijo Harry, alcanzándole un pastel—. Sírvete...

—No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo —añadió
rápidamente—... Ya sabes, con nosotros cinco.

—Vamos, sírvete un pastel —dijo Harry, que nunca había tenido nada que compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada. Era una agradable sensación, estar sentado allí con Ron y Laura, comiendo pasteles y dulces (los bocadillos habían quedado olvidados).

—¿Qué son éstos? —preguntó Harry a Ron, cogiendo un envase de ranas de
chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?—Comenzaba a sentir que nada podía
sorprenderlo.

—No —dijo Ron—. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta Agripa.

—¿Qué? –pregunto Laura.


—Oh, por supuesto, no debes saber... Las ranas de chocolate llevan cromos, ya sabes, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.

Harry desenvolvió su rana de chocolate y sacó el cromo. En él estaba impreso el
rostro de un hombre. Llevaba gafas de media luna, tenía una nariz larga y encorvada,
cabello plateado suelto, barba y bigotes. Debajo de la foto estaba el nombre: Albus
Dumbledore.

—¡Así que éste es Dumbledore! —dijo Harry.

—¡No me digas que nunca has oído hablar de Dumbledore! —dijo Ron—. ¿Puedo
servirme una rana? Podría encontrar a Agripa... Gracias...
Harry dio la vuelta otra vez al cromo y vio, para su asombro, que el rostro de
Dumbledore había desaparecido.

—¡Ya no está!

—Bueno, no iba a estar ahí todo el día —dijo Ron—. Ya volverá. Vaya, me ha
salido otra vez Morgana y ya la tengo seis veces repetida... ¿No la quieres? Puedes
empezar a coleccionarlos.
Los ojos de Ron se perdieron en las ranas de chocolate, que esperaban que las
desenvolvieran.

—Sírvete —dijo Harry—. Pero oye, en el mundo de los muggles la gente se queda
en las fotos.

—¿Eso hacen? Cómo, ¿no se mueven? —Ron estaba atónito—. ¡Qué raro!

Ron estaba más interesado en comer las ranas de chocolate que en buscar
magos y brujas famosos, pero Harry no podía apartar la vista de ellos. Muy pronto tuvo
no sólo a Dumbledore y Morgana, sino también a Ramón Llull, al rey Salomón, Circe,
Paracelso y Merlín. Laura fijo la vista en una bolsa de grageas de todos los sabores y la agarro.

—Tienes que tener cuidado con ésas —lo previno Ron—. Cuando dice «todos los
sabores», es eso lo que quiere decir. Ya sabes, tienes todos los comunes, como
chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas, hígado y callos.
George dice que una vez encontró una con sabor a duende
Ron eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito.

—Puaj... ¿Ves? Coles.

Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Laura encontró
tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café, sardinas y fue lo bastante
valiente para morder la punta de una gris, que Ron no quiso tocar y resultó ser pimienta.
En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste.
Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y
colinas de color verde oscuro.
Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho de cara
redonda que Harry había visto al pasar por el andén nueve y tres cuartos. Parecía muy
afligido.

—Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no habréis visto un sapo?

Cuando los tres negaron con la cabeza, gimió.

—¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!

—Ya aparecerá —dijo Laura.
—Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la veis...

Se fue.

—No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera traído un sapo lo
habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he traído a Scabbers, así
que no puedo hablar.
La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.

—Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Ron con disgusto—. Ayer
traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Te
lo voy a enseñar, mira...

Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba
astillada y, en la punta, brillaba algo blanco.

—Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos... Acababa de coger la
varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado el chico
del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.

—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona,
mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.
—Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba
mirando la varita que tenía en la mano.

—Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.

Se sentó. Ron pareció desconcertado.
—Eh... de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. «Rayo de sol, margaritas, volved amarilla a esta tonta ratita.»

Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers siguió durmiendo, tan gris como
siempre.

—¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —preguntó la niña—. Bueno, no
es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron.
Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero
también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia,
por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que
eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger. ¿Y vosotros quiénes sois?

Dijo todo aquello muy rápidamente.

Harry miró a Ron y luego a Laura y se calmó al ver en sus rostros aturdidos que ellos tampoco se habían aprendido todos los libros de memoria.

—Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.
—Harry Potter —dijo Harry.

—Y yo Laura Walters –dijo Laura.

—¿Son ustedes realmente? —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ustedes, por supuesto,
conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y sus figuras en Historia de la
magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo
XX.
—¿Estoy yo? —dijo Harry, sintiéndose mareado.

—Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo
Hermione—. ¿Sabéis a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en
Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que
Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo
de Neville. Y vosotros dos deberíais cambiaros ya, vamos a llegar pronto.

Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.

—Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté —dijo Ron.
Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que
era falso.

—¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry

—Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y papá también
estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan
mala, pero imagina si me ponen en Slytherin.

—¿Esa es la casa en la que Vol... quiero decir Quien-tú-sabes... estaba?
—Ajá —dijo Ron. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado.
—¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Scabbers están un poco más
claras —dijo Laura, tratando de apartar la mente de Ron del tema de las casas—. Y, a
propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?

Laura se preguntaba qué hacía un mago, una vez que terminaba el colegio.

—Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose
de asuntos para Gringotts —explicó Ron—. ¿Te enteraste de lo que pasó en Gringotts?
Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo reciban: trataron de
robar en una cámara de alta seguridad.

Harry se sorprendió.

—¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?

—Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi padre dice
que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts, pero lo que es
raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando
sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté detrás de ello.


—¿Cuál es tu equipo de quidditch? —preguntó Ron.

—Eh... no conozco ninguno —confesó Harry.

—¿Cómo? —Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo...

Y se dedicó a explicarles todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete
jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba
que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando los mejores puntos del
juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era
Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.

Entraron tres muchachos, y Laura reconoció de inmediato al del medio: era el chico
pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más
interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.
—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter y Laura Walters están en este compartimento. Así que son ustedes, ¿no?

—Sí —respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos
y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían
guardaespaldas.

—Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba—. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy

Ron dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una risita. Draco (dragón) Malfoy lo miró.

—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres.
Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los
que pueden mantener.

Se volvió hacia Harry y Laura.

—Muy pronto descubrirán que algunas familias de magos son mucho mejores que
otras, Potter, Walters. No querrán hacerte amigos de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarles en eso.
Extendió la mano, para estrechar la de Harry; pero Harry no la aceptó.

—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos, gracias —dijo con frialdad.

Draco Malfoy no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Capitulo 7: El viaje desde el andén nueve y tres cuartos I

-¡Hey!, Tío… Me puedes llevar a la estación King Cross para ir a Hogwarts.-dijo Laura durante el desayuno.

-Si te llevare, Laura-dijo su tío tomando un sorbo de café-. ¿Cuándo te llevo?

-Mañana-respondió Laura.

-¡SI!, ¡LAURA SE VA!, ¡LAURA SE VA!-empezó su prima Jenni y se puso a brincar.

-Por favor, Jenni, siéntate recuerda que aprovecharemos para que te vayas tu también.-dijo su madre, Laura sabia que ella también estaba feliz porque ella se iba.
Al día siguiente, Laura se preparo, partieron y la dejaron afuera de la estación, Laura camino cuando vio que los Dursley venían hacia ella, se escondió y siguió su camino allí estaba Harry, miro y vio el andén nueve y el andén diez pero no el andén nueve y tres cuartos.

Detuvieron a un guardia que pasaba, pero no se atrevieron a mencionar el andén nueve y tres cuartos. El guardia nunca había oído hablar de Hogwarts, y cuando no pudieron decirle en que parte del país quedaba empezó a molestarse, como si pensara que lo hacían los tontos a propósito. Sin saber qué hacer, le preguntaron el tren que salía a las once, pero el guardia le dijo que no había ninguno. Al final, el guardia se alejo, murmurando algo sobre la gente que hacía perder el tiempo. Según el gran reloj que había sobre la tabla de horarios de llegada, tenían diez minutos para coger el tren a Hogwarts y no tenían idea de que podían hacer. Estaban en medio de la estación con sus baúles que casi no podían trasportar, los bolsillos llenos de monedas de mago y en unas jaulas llevaban sus lechuzas.

Sin tener esperanzas oyó a un grupo de gente que paso por su lado y capto unas pocas palabras.

-… lleno de muggles, por supuesto…

Harry y Laura se volvieron para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno empujaba un baúl y llevaban una lechuza.

—Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre.

—¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de una niña, también pelirroja, que
iba de la mano de la madre—. Mamá, ¿no puedo ir...?

—No tienes edad suficiente, Ginny Ahora estate quieta. Muy bien, Percy, tú primero.

El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes nueve y diez. Harry y Laura observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero justo cuando el muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.

—Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.

—No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer, puedes
llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?

—Lo siento, George, cariño.

—Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, y se alejó. Debió pasar, porque
un segundo más tarde ya no estaba. Pero ¿cómo lo había hecho? Su hermano gemelo fue
tras él: el tercer hermano iba rápidamente hacia la taquilla (estaba casi allí) y luego, súbitamente, no estaba en ninguna parte.

No había nadie más.

—Discúlpeme —dijo Laura a la mujer regordeta.

—Hola, querida —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.
Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y pecoso, con
manos y pies grandes y una larga nariz.

—Sí —dijo Harry—. Lo que pasa es que... es que no sabemos cómo...

— ¿Como entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Laura asintió con la cabeza.

—No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la
barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Vallan ahora, ve antes que Ron.

—Hum... De acuerdo —dijo Harry.

Empujaron sus carritos y se dirigieron hacia la barrera. Parecía muy sólida.

Comenzaron a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén nueve o al diez.
Fue más rápido. Iban a chocar contra la taquilla y tendrían problemas. Se inclinó sobre el carrito y comenzaron a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya no podían detenerse (el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí... Cerró los ojos, preparado para el choque...

Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos. Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». miraron hacia atrás y vieron una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos».

El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud,
mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles.

Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las
ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar. Empujaron sus carritos por el andén, buscando un asiento vacío. Pasaron al lado de un chico de cara redonda que decía:

—Abuelita, he vuelto a perder mi sapo.

—Oh, Neville —oyó que suspiraba la anciana.

Un muchacho de pelos tiesos estaba rodeado por un grupo.
El muchacho levantó la tapa de la caja que llevaba en los brazos, y los que lo
rodeaban gritaron cuando del interior salió una larga cola peluda.

Harry y Laura se abrieron paso hasta que encontraron un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Primero pusieron sus lechuzas y luego comenzaron a empujar los baúles hacia la puerta del vagón. Trataron de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudieron levantar un poco antes de que le cayera a Harry en el pie.

—¿Quieren que les eche una mano? —Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que
había seguido a través de la barrera de los andenes.

—Sí, por favor —jadeó Harry.

—¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!

Con la ayuda de los gemelos, los baúles finalmente quedaron en un rincón del compartimiento.

—Gracias —dijo Laura, quitándose el pelo de la cara.

—¿Qué es eso? —dijo de pronto uno de los señalando la cicatriz de Laura y luego miro a Harry y señalo su cicatriz.

—Vaya—dijo el otro gemelo—. ¿Son ustedes...?

—Son ellos—dijo el primero—. Son ustedes , ¿no? —se dirigió a Harry y Laura.

—¿Quiénes? —preguntó Harry.

—Harry Potter y Laura Walters—respondieron a coro.

—Oh, ellos —dijo Laura—. Quiero decir, sí, somos nosotros.

Los dos muchachos los miraron boquiabiertos y Laura sintió que se ruborizaba.
Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento.

—¿Fred? ¿George? ¿Estáis ahí?

—Ya vamos, mamá.

Con una última mirada a Harry y Laura, los gemelos saltaron del vagón.

Laura se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculta, podía observar a la familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían. La madre acababa de sacar un pañuelo.

—Ron, tienes algo en la nariz.

El menor de los varones trató de esquivarla, pero la madre lo sujetó y comenzó a
frotarle la punta de la nariz.

—Mamá, déjame —exclamó apartándose.

—¿Ah, el pequeñito Ronnie tiene algo en su naricita? —dijo uno de los gemelos.

—Cállate —dijo Ron.

—¿Dónde está Percy? —preguntó la madre.

—Ahí viene.

El mayor de los muchachos se acercaba a ellos. Ya se había puesto la ondulante
túnica negra de Hogwarts, y Laura notó que tenía una insignia plateada en el pecho, con la letra P

—No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy delante, los prefectos
tenemos dos compartimientos...

Oh, ¿tú eres un prefecto, Percy? —dijo uno de los gemelos, con aire de gran
sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea.

—Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo el otro gemelo—. Una vez...

—O dos...

—Un minuto...

—Todo el verano...

—Oh, callaos —dijo Percy, el prefecto.

—Y de todos modos, ¿por qué Percy tiene túnica nueva? —dijo uno de los
gemelos.

—Porque él es un prefecto—dijo afectuosamente la madre—. Muy bien, cariño,
que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá.

Besó a Percy en la mejilla y el muchacho se fue. Luego se volvió hacia los gemelos.

—Ahora, vosotros dos... Este año os tenéis que portar bien. Si recibo una lechuza
más diciéndome que habéis hecho... estallar un inodoro o...

—¿Hacer estallar un inodoro? Nosotros nunca hemos hecho nada de eso.

—Pero es una gran idea, mamá. Gracias.

—No tiene gracia. Y cuidad de Ron.

—No te preocupes, el pequeño Ronnie estará seguro con nosotros.

—Cállate —dijo otra vez Ron. Era casi tan alto como los gemelos y su nariz todavía estaba rosada, en donde su madre la había frotado.

—Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren?

Harry y Laura se agacharon rápidamente para que no los descubrieran.

—¿Os acordáis de ese muchacho de pelo negro que estaba cerca de nosotros, en la
estación? Y ¿esa chica de cabello castaño oscuro? ¿Sabéis quiénes son?

—¿Quién?

—¡Harry Potter y Laura Walters!

Oyeron la voz de la niña.

—Mamá, ¿puedo subir al tren para verlos? ¡Oh, mamá, por favor...!
—Ya los has vistos, Ginny y, además, los pobres chicos no son algo para que los mires
como en el zoológico. ¿Son ellos realmente, Fred? ¿Cómo lo sabes?

—Se lo pregunté. Vi sus cicatrices. Están realmente allí... como iluminadas.


—Pobrecillos... No es raro que estén solos. Fueron tan amables cuando me preguntaron cómo llegar al andén...

—Eso no importa. ¿Crees que recuerden cómo era Quien-tú-sabes?

La madre, súbitamente, se puso muy seria.

—Te prohíbo que le preguntes, Fred. No, no te atrevas. Como si necesitaran que les
recuerden algo así en su primer día de colegio.

—Está bien, quédate tranquila.

Se oyó un silbido.

—Daos prisa —dijo la madre, y los tres chicos subieron al tren. Se asomaron por la
ventanilla para que los besara y la hermanita menor comenzó a llorar.

—No llores, Ginny, vamos a enviarte muchas lechuzas.

—Y un inodoro de Hogwarts.

—¡George!

—Era una broma, mamá.

El tren comenzó a moverse. Harry y Laura vieron a la madre de los muchachos agitando la mano y a la hermanita, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para seguir al tren, hasta que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando.

Observaron a la madre y la hija hasta que desaparecieron, cuando el tren giró.
Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Sintieron una ola de excitación. No sabían lo que iba a pasar... pero sería mejor que lo que dejaba atrás.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Capitlo 6: Secretos Revelados.

Allí estaba Hilary Walters después de 10 años, en una casa en el campo con su familia, era tan feliz hasta un día antes de su cumpleaños.

-Leticia, Hilary, Bajen ahora mismo-dice su Madre.
En esos momentos llega Leticia y Hilary, un momento se sientan en el sofá.

-Bueno, Hilary, mañana cumplirás los 11 años-empezó su Madre-. Y tenemos cosas que contarte-suspiro-. Tú no eres Hilary Krenns, si no Hilary Walters.

-Pero… Yo no soy Walters, yo soy Hilary Krenns, que tonterías estás diciendo, mama-dijo Hilary.

-No soy tu madre-dijo calmadamente su Tía-. Leticia no es tu hermana, si no tu prima. Tus padres son mi hermano Miguel Walters y Hilary Walters.

-¿Pero cómo?-pregunto Leticia.

-Como puede ser que Hilary Walters sea mi madre, una Gryffindor-dijo indignada Hilary.

-¿Cómo puedes decir eso?-pregunto su Tía.

-Mira Miguel Walters era un Slytherin y eso quiero ser yo-dijo orgullosamente-. No entiendo como se pudo casar con Hilary Walters, esa sangre mestiza y traidora de la sangre igual que tu-dijo enojada-. Todo el mundo está al revés porque yo no entiendo nada, no acepto que mi madre sea ella.

-¿Cómo te atreves a llamar a mi madre traidora?-dijo Leticia que se había puesto de pie.

-Leticia, los Walters eran una familia de gran linaje, ahora estuviera arruinado por mi padre y tu madre, pero mi tío Marcus salvo el apellido, mientras que tu madre lo arruino peor que mi padre, ¡se caso con un muggle!-dijo-. Mi padre casándose con Hilary, que por lo que se se juntaba con la sangre sucia de Lily Potter, Pobre James Potter, y ese Harry Potter, el que derroto al señor Tenebroso va a ser igual que ellos, un Sangre Mestiza juntándose con sangre sucias.

-Quieres saber todo lo que paso-dijo su tía, Hilary asintió-. Sígueme.
Hilary la siguió y detrás iba Leticia. Pasaron por una parte de la casa que nunca habían visitado todo estaba oscuro, “Lumos”-susurro Claudia.

-Allí esta-dijo señalando una vasija de piedra.

-Un pensadero…-dijo Leticia, Hilary se sumergió en el pensadero y luego Leticia. Allí estaba en un en un gran salón, se imagino que sería Hogwarts, era la selección había un taburete y arriba del había un sombrero.

-Delacour, Hilary.

Una niña de cabello amarillo plateado se dirigió al taburete con paso decidido, después de varios segundos el sombrero anuncio:

-¡Gryffindor!

Fueron pasando más y más niños, Hilary no había mostrado interés hasta que dijeron:

-Walters, Miguel.

Apenas rozo su cabeza el sombrero cuando anuncio:

-¡Slytherin!

La mesa de Slytherin estallo en aplausos, Miguel antes de irse para su mesa miro hacia la de Gryffindor para ver a Hilary y luego se dirigió a su mesa.

Era otra escena diferente Miguel estaba en un pasillo, iba corriendo cuando se tropezó con alguien.

-Lo siento-dijo sobándose la cabeza.

-No importa-dijo dulcemente la chica-. Fue culpa mía.

-Eres… Hilary Delacour ¿cierto?-pregunto Miguel.

-Sí, soy Hilary Delacour-respondio ella-. ¿Tú eres Miguel Walters?

-Sí, bueno… deberíamos irnos a clases-dijo con torpeza.

Ahora era de noche y estaban ellos dos en los jardines de Hogwarts.

-Miguel, yo creo que no nos podemos volver a ver mas-dijo Hilary.

-Yo también lo creo-dijo él.

-Sera lo mejor para los dos, una Gryffindor por su camino…

-Y un Slytherin por el suyo-termino él.

-Adiós-dijo Hilary y se marcho.

Allí estaba Miguel que no podía creer lo que acababa de hacer, aunque era lo mejor.

Cambio de escena ya era cuatro años después.

-Rosaline Parkison-dijo Hilary impresionada.

-Si, Hilary-dijo Miguel en tono cansado-. Rosaline y yo somos novios.

-Pero… ¿Cómo?-pregunto.

-Nunca me había dado cuenta lo bonita que era Rosaline hasta ahora…

-¡TU NO PUEDES SALIR CON ELLA!-estallo Hilary.

-¡¿Y POR QUE NO? EH!-le respondió Miguel.

-¡ELLA NO ES LA CHICA INDICADA PARA TI, MIGUEL!

-¡¿ENTONCES QUIEN ES, HILARY?

-¡QUE SE YO, LO UNICO QUE SE, ES QUE ELLA NO ES LA CHICA INDICADA PARA TI!, adiós-al
terminar esa frase se fue, Miguel se quedo allí pensando que desde hace mucho no se hablaban y ahora viene a sermonearlo.

Pensativo Miguel estaba decidido que Rosaline podría ser su futura esposa, eran sangre limpia, se querían…

-Mira, Robert, yo terminare con Miguel para irme contigo-dijo Rosaline, Miguel se había quedado paralizado.

-Bueno, Rosaline, termina conmigo de una vez-dijo Miguel con firmeza.

-bueno… Miguel…. Mmm no se qué decirte…

-No hay nada que decir, Rosaline, y tu Robert creí que eras mi amigo pero por lo visto ya no existen los amigos de verdad, adiós-dijo y se fue, era cierto lo que decía Hilary no le convenía salir con Rosaline, en ese momento recordó que debería buscar a Hilary, estaba anocheciendo y eso solo se significaba una cosa Hilary debe estar cerca del lago, salió corriendo a dirección al lago y allí estaba Hilary sentada.

-Hilary-dijo en voz baja Miguel, la chica miro esos ojos azules que el tenia.

-¿Qué paso, Walters?-dijo Hilary enojada.

-Tienes razón-dijo Miguel sentándose a su lado-. Rosaline no era para mí.

-Ahora si entendiste-dijo Hilary sin querer mirarlo-. ¿Ya sabes quién es para ti?

-Sí, Tú-dijo, Hilary lo miro, se acercaron lentamente y se besaron, fue un beso
tierno bajo la luz de la luna, cuando se separaron Hilary dijo:

-Miguel, sabes que te amo, nunca me separare de ti-se abrazaron, Hilary y Leticia salieron del pensadero.

-Guau, creo… que me arrepiento de todo lo que dije-dijo Hilary mirando al suelo.

-No te culpo…-dijo Leticia animándola-. Tu madre fue una buena persona, igual que tu.

-Hilary-dijo Claudia Krenns-. Iras a Beauxbatons en vez de Hogwarts.

-Ok-dijo, Leticia la miro extrañada-. No me mires así, no es mi culpa, creo que será mejor para no encontrarme con Laura, después nos veremos, por ahora… Leti cuida de mi hermana.

-La cuidare-dijo ella-. Vamos a alimentar a Safìra.

-Vamos, me encanta esa gata con esos hermosos ojos amarillos y me gusta su color negro.

-Sí, es tan linda-dijo tiernamente Leticia-. A mí me encanta mi varita, pelo de unicornio y caoba, veintisiete centímetros, es especial para encantamientos levitatorios y protectores, genial así protejo a Laura.

-Hilary-dijo Claudia-. Antes de irte, quería decirte que una vez… padre deseo ser mortifago.

-¿Pero cómo?-dijeron en coro Hilary y Leticia.

-Sí, pero no fue nada importante, cambio de opinión cuando salía con tu madre, Hilary.

-Que bien, gracias a dios que no se volvió, tía voy a jugar con Leticia, hasta
luego-y salieron de allí, Claudia estaba contenta por haberle contado la verdad a Hilary, y sabia que Leticia se lo contaría a Laura.